lunes, 10 de marzo de 2014

Necesidad histórica de la dictadura del proletariado en el período de transición

a revolución socialista descarga el golpe sobre los intereses vitales de las clases explotadoras, antes dominantes y ahora apartadas del poder. Por eso, la llegada de la clase obrera al poder y las medidas que adopta para la construcción del socialismo encuentran la desesperada resistencia de las clases explotadoras derribadas. Más aún, mientras esas clases permanezcan en pie, mientras se conserven las condiciones económicas para su existencia, no desaparece el peligro de restauración del viejo sistema capitalista.

La resistencia de la burguesía reaccionaria es inevitable.

Todas las revoluciones han tenido que vencer la resistencia de las clases reaccionarias. Las clases en ascenso, por lo común, hubieron de implantar su dictadura revolucionaria para escapar al abrazo con que les oprimía la sociedad vieja. La revolución burguesa de 1789 en Francia llevó a cabo profundas transformaciones antifeudales y ejerció honda influencia sobre muchos países, más que nada porque no se detuvo ante el empleo de la violencia para aplastar a los aristócratas y demás partidarios del poder real.

La revolución socialista significa la transformación social más completa y profunda que se conoce; pone fin a toda explotación del hombre por el hombre y precisamente por ello ha de superar la resistencia más desesperada. Porque la burguesía dominante ha usado y abusado durante tanto tiempo de los privilegios que proporciona el poder, de la riqueza y la cultura, se ha habituado tanto a su situación, que llegó a creer como en algo inmutable en el régimen dentro del cual ella manda y los demás obedecen. No conoce por eso límites la furia de las clases reaccionarias cuando llegan al poder los trabajadores, gentes a quienes ellas siempre trataron como a inferiores y a las que consideran incapaces de regir los asuntos públicos. Y los opresores derribados decuplican su resistencia cuando los hombres del trabajo atentan contra lo que para los explotadores es sacrosanto —su propiedad privada— y ven amenazada la posibilidad misma de una existencia parasitaria.

Hasta tanto no termina el período de transición, decía Lenin, “los explotadores conservan inevitablemente la esperanza de la restauración, y esta esperanza se convierte en intentos de restauración. Aun después de la primera derrota seria, los explotadores derribados, que no esperaban serlo, no creían en ello ni admitían la idea de que así pudiera ser, se lanzan con decuplicada energía, con rabiosa pasión, con un odio cien veces mayor, al combate para recuperar el «paraíso» perdido, para defender a sus familias, que antes conocían una vida tan dulce y a las que ahora «la canalla» condena a la ruina y a la miseria (o al «simple» trabajo...).”

Obreros, campesinos e intelectuales se muestran orgullosos de su trabajo, que sostiene a la sociedad entera. Pero los explotadores, acostumbrados a atribuirse los frutos del trabajo ajeno, lo consideran una humillación y la mayor de las desgracias.

Las esperanzas de la burguesía reaccionaria en la restauración se ven alimentadas por la circunstancia de que, aun habiendo perdido el poder político, dispone todavía de considerable fuerza. En los primeros tiempos tiene ciertas ventajas sobre la clase obrera triunfante.

La gran burguesía puede apoyarse en la ayuda del capital internacional. La participación de tropas de catorce potencias imperialistas en la lucha contra la joven República Soviética, el apoyo armado de los imperialistas al régimen del Kuomintang en China y a los gobiernos fantoches de Vietnam del Sur y de Corea Meridional, la rebelión contrarrevolucionaria de octubre de 1956 en Hungría y los ingentes recursos que los Estados Unidos asignan para la labor subversiva en los países del socialismo, son pruebas de que la clase obrera, aun después de haber derribado el poder de los capitalistas y terratenientes en su país, ha de rechazar las furiosas acometidas de la reacción internacional.

Todo poder está obligado a defender el país de la agresión exterior. Pero cuando al poder llegan los trabajadores, la defensa adquiere un sentido nuevo, convirtiese en una prolongación de la lucha de clase que el proletariado ha de mantener contra la burguesía contrarrevolucionaria en el interior del país. Actualmente, cuando se ha formado el poderoso campo socialista y las fuerzas de la democracia han crecido en todo el mundo, se presenta la posibilidad real de impedir la intervención militar del imperialismo internacional en los asuntos interiores de un país que lleve a cabo su revolución democrática o socialista. No obstante, mientras exista el campo imperialista, subsistirá el peligro de agresión militar contra los Estados socialistas y de apoyo por los imperialistas a las fuerzas descontentas con el régimen nuevo.

Además, las clases explotadoras derribadas conservan ciertas posiciones en la economía hasta tanto no son desprovistas por completo de la propiedad privada sobre los medios de producción. Esas posiciones tratan de utilizarlas para el sabotaje y la desorganización de la vida económica. Perdida su dominación política, la burguesía trata de buscar el desquite en el campo económico y de levantar ante el nuevo poder dificultades insuperables. La burguesía derribada encuentra apoyo en la pequeña producción mercantil, que engendra constantemente capitalismo y, si no se toman medidas en contrario, puede conducir a la restauración del mismo. La burguesía trata de aprovechar las inevitables fluctuaciones de los campesinos.

En el período primero que sigue a la revolución, las gentes de las antiguas clases gobernantes tienen la superioridad de una cultura más elevada, de su experiencia en la organización de la producción y en el gobierno y de sus relaciones con ingenieros y demás personal técnico y con la oficialidad del ejército. Durante cierto tiempo, la burguesía puede aún influir en las masas políticamente y en el terreno de las ideas. Esta influencia es tanto más peligrosa por cuanto los trabajadores no se ven libres de la noche a la mañana de las seculares costumbres derivadas de la sociedad de explotación. Además, el imperialismo deja tras de sí un sinnúmero de elementos desclasados y delincuentes, que proceden principalmente de la pequeña burguesía arruinada. La contrarrevolución puede reclutar entre ellos sus destacamentos de mercenarios.

No hay un país socialista en el que las clases reaccionarias no hayan prestado resistencia a las transformaciones revolucionarias, variando únicamente su carácter de conformidad con la correlación de las fuerzas de clase. En Rusia, las clases reaccionarias, ayudadas por los imperialistas extranjeros, impusieron al pueblo una encarnizada guerra civil, que se prolongó durante varios años y exigió sacrificios sin cuento a los obreros y campesinos. En algunas democracias populares europeas, la resistencia de la reacción tomó la forma deputch.

Por eso, para consolidar el triunfo de la revolución y paralizar la resistencia de las clases derribadas, en todos los sitios ha sido necesario un poder fuerte y enérgico, que no se detuviera, si así era preciso, ante el empleo de la fuerza. Esto confirma la tesis del marxismo-leninismo de que la dictadura es inevitable siempre que se pasa del capitalismo al socialismo. La dictadura es necesaria para aplastar la resistencia de los explotadores y para cortar la acción de los bandidos, ladrones, salteadores y demás delincuentes comunes, de todos los elementos que son producto de la descomposición de la sociedad vieja y que, como una sucia espuma, suben a la superficie en este período.

Esto quiere decir que la toma del poder por el proletariado no significa el fin de su lucha de clase contra los explotadores. Continúa también en el período de transición y en ocasiones alcanza una gran virulencia. Pero esta lucha transcurre en nuevas condiciones y sus formas son otras. Lo nuevo reside en que, por vez primera, las clases trabajadoras disponen del poder político, que antes era exclusiva de los explotadores. “La dictadura del proletariado —escribe Lenin— es la lucha de clase del proletariado triunfante y que ha tomado el poder político en sus manos contra la burguesía vencida, pero no destruida, que no ha desaparecido y no cesa de ofrecer resistencia, contra la burguesía que incrementa su resistencia.”
Necesidad histórica de la dictadura del proletariado en el período de transición.

A través de: La Chispa. 

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